miércoles, 5 de noviembre de 2008

La línea 38. Capítulo 3

Recibí sobre mi rostro la mirada más serena que he sentido nunca. Sus labios entreabiertos apenas sonreían y sus ojos recorrieron mi cuello, mis cejas, mi nariz, mi cerrada boca y mi expresión de sorpresa, timidez y sumisión. Sabía que no la iba a defraudar. Tengo amigas y me gusta el sexo con ellas. También sabía que Sandra era diferente a cualquier otra persona conocida hasta ahora.

-Joder la tía con el puto móvil…- es lo único que se me ocurrió decir en aquel momento ya que era un comentario general de todos los pasajeros.

-Si sólo pudieras elegir entre Camela y Luis Cobos para el tono de tu móvil, ¿qué elegirías?- me preguntó Sandra mirando por la ventana del bus y acabando su pregunta con su cara a cuatro dedos de la mía.

- Elegiría poner la opción “vibrador” metérmelo en el coño dentro de un condón de fresa y crear un “grupo de llamantes” para quedar todos a la misma hora.

- ¿Y con los de “identidad oculta” qué harías?

- Vudú!-. Le contesté, y fue entonces cuando
Las dos rompimos a reir definitivamente.

Decidimos bajar en la siguiente parada y tomar unos vinos calientes, típico de esta ciudad tan fría. Nos gustábamos. Las dos lo sabíamos y estábamos deseando conocernos, compartir puestas de sol y lamernos como perras.

Entramos al primer bar que encontramos. Olía a faria, ambientador químico y lejía pura. Cabezas de toros en las paredes, partidas de jubilados con abrigos grises y marrones. Le miré con cara de “vamos a otro sitio”, me cogió de la cintura y me acercó una banqueta de patas metálicas y asiento de plástico mordisqueado por el paso del tiempo.

-En estos sitios te tomas tres copas por el precio que te cuesta una en cualquier “garito temático”-.

Sonreí y la observé bien de la cabeza a los pies. La miré y la remiré abiertamente, con mis pulsaciones más calmadas que hacía un rato en el 38.
Llevaba unas mallas negras por debajo de un corto vestido a rayas verde y violeta. Unos zapatos violetas de salón con tacón de unos ocho centímetros y una camiseta negra de cuello alto. Era rubia, de pelo corto y ojos castaños. No llevaba maquillaje, no olía a perfume. Era muy deseable.

La línea 38. Capítulo 2

Llevaba dos días sin pasar por casa porque la noche anterior me quedé a dormir en el hotel donde trabajo. Toda la semana había estado lloviendo sin parar, pero aquella noche la tormenta daba auténtico miedo.

- No me dirás que vas a irte esta noche con la que está cayendo. Cuando acabes tu turno coges la llave de la 117 y descansas hasta mañana-. Me dijo Fran, el jefe de personal.

- La verdad es que te lo agradezco, además hoy ha habido bastante trabajo en recepción con lo del partido de la Juve-. Le contesté con gesto realmente cansado.
(Los seguidores de los equipos de fútbol dan el triple de trabajo que los clientes normales. Es una avalancha de colores y griterío. La verdad es que son días especiales. Más alegres. En general, se portan bien, salvo contadas ocasiones en que se desmadran…).

De esto me acordé en cuanto senté mi lindo culo a la derecha de Sandra: dos días con las mismas bragas y con las vueltas que di precisamente ayer para dejar todas las gestiones del día siguiente bien hilvanadas.
A la vez que pensaba todo esto me descubrí a mí misma acercando mi barbilla al pecho e intentando aspirar mi propio olor. Cerré los ojos y procuré relajarme. Es difícil descubrir los olores de uno mismo a esa distancia, en cambio, son aromas completamente nuevos para el que está tan cerca como estaba Sandra de mí.

-Voy a mirarte-. Escuché.
-¿Cómo?- . No me salió ni la voz. Todo el cuerpo me empezó a latir al son del corazón.
Un rayo de sol se reflejó en la ventana del edificio que estaba mirando por el cristal del autobús y un estúpido tono de móvil sonó durante un buen rato, mientras que su dueña, con una cruel y triste risa, y con una evidente falta de higiene capilar, comenzaba a contar lo hijodeputa que era el tío que le llamaba y al que ella no le pensaba coger el teléfono.

La línea 38. Capítulo 1

Cuando ya he recorrido la mitad del pasillo del autobús es cuando, despacio y suspirando, me quito las gafas de sol y las guardo en el bolsillo derecho de mi bolso violeta. Lo hago despacio porque sé que siempre hay alguna persona que te observa. Eso me gusta, me incita a cruzar unas leves miradas con ellas y ellos. Ellas también me gustan.

Suspiro levemente y respiro profundamente, dando a entender que cambio el ajetreo del peatón por el de viajera de la línea 38, que estoy dispuesta a relajarme durante media hora de trayecto y observar la ciudad desde otro punto de vista.

-" hola!"
-" hola, pasa!" .
Sandra giró sus rodillas hacia el pasillo y me senté en el asiento de la ventanilla.
Me había mirado con picardía,alzando sus pupilas, sin levantar la cabeza.
Al pasar a la altura de su rostro observé como aspiraba el pequeño torbellino de aire que causó el movimiento de mi falda. Entonces no se reprimió de levantar ligeramente su rostro. Oler el aroma de la gente es algo que yo hago habitualmente, pero estoy segura que no lo exteriorizo como Sandra lo hizo en aquella ocasión.
En un instante acabó con mi intención de relajarme y pensar en mis cosas. Mi mente sucumbió a esos gestos tan elocuentes y Sandra en persona se erigió como Ama de todas mis secuencias neuronales. Okupa de mi pensamiento y protagonista de todas mis fantasías, las cuales, tengo aprendidas de memoria hace ya unos años.

Los asientos de los autobuses. Nos gusta mirar al que llevamos al lado y no lo hacemos directamente. Estamos codo con codo y aprovechamos cualquier estímulo externo para girarnos rápidamente y captar una corta imagen del perfil de nuestro compañero de viaje.